Es difícil establecer con exactitud el origen de la palabra vino. Lo es también hacerlo con el momento concreto de la Historia en el que comenzó su producción y tuvo lugar el origen de lo que hoy es toda una industria a la que la ciencia le dedica buena parte de su tiempo y de su esfuerzo. El vino, ese bien precioso que lleva tantos siglos entre nosotros, esconde y guarda secretos sobre los que, de momento, solo se puede especular. Nos acercamos, lo estudiamos, lo comprendemos y analizamos su evolución a lo largo de la Historia, pero apenas ningún especialista ofrece una fecha precisa, un día exacto de algún calendario de hace miles de años en los que se le concedió el nombre por el que lo conocemos.

Se dice que la producción del vino, la viticultura, se remonta a unos 8.000 años atrás en lo que era Asia Menor, hoy Turquía. La palabra vino, debe de venir entonces, de alguna lengua de aquel momento. Se habla de las numerosas nomenclaturas en diferentes lenguas procedentes de diferentes culturas. Se nombra su existencia ya en la familia de las diferentes leguas que componen la familia de lenguas semitas entre las que están el árabe, el asirio, el fenicio o el hebreo.

La palabra vino aparece también en las lenguas indoeuropeas de Asia Menor, hoy Turquía y en la actualidad, uno de los países más prolíficos del mundo en el cultivo de la uva. No es casualidad que este país, conocido fundamentalmente, por sus uvas de mesa, esté diversificando lentamente, el destino de su producción de uvas hacia la producción de vino.

Está claro que para hablar del origen etimológico de la palabra vino, es necesario remontarse al origen de la viticultura, al descubrimiento del cultivo de la vid y, en esta materia, conviene destacar que estos orígenes aun por precisar, han estado siempre rodeados de mitos y leyendas que, por otra parte, lo envuelven aún más si cabe, en un hechizo mágico superior a aquel con el que nos seduce. El hechizo, la magia, las creencias, cualquiera de estos conceptos ha estado  irremediablemente ligado de una u otra forma, a culturas antiguas y con ellas a la religión. La intervención divina ha ocupado siempre un lugar destacado y junto a ella, ahí estaba siempre él, el vino.

De donde viene la palabra vino

En cuanto a la raíz de la palabra vino, nos encontramos con una raíz latina, ‘vinum’, una griega ‘oinos’ y una hebrea, ‘yayin’. Con respecto a su origen latino, se habla de que probablemente fuera el responsable de su posterior adopción y adaptación al celta o irlandés antiguo: ‘fin’; al alemán, ‘wein’; al inglés, ‘wine’ y al lituano, ‘výnas’. Por otra parte, y en relación con ese halo de misterio que impide llegar a datos más concretos, existen teorías que relacionan el término vino con la forma en la que era denominado en sánscrito: ‘vêna’. En esta lengua indoeuropea de los textos sagrados y cultos del brahmanismo, podría estar el origen de otros términos como Venus. Si tenemos en cuenta que la traducción de la palabra ‘vêna’ es amor y que el planeta Venus está asociado a la diosa del amor, parece tener sentido el hecho de que, ligado a todo ello, se concedieran al vino toda una serie de poderes afrodisíacos.

…Y de sus diferentes significados asociados, de su origen milenario y hasta nuestros  días, mucho ha pasado. La evolución y desarrollo del vino, su investigación, estudio y adaptación a múltiples circunstancias, le ha obligado a buscar nuevos vocablos con los que definirlo y precisar cada uno de los procesos que intervienen en su elaboración, cada uno de los matices que caracteriza el resultado y da forma a un producto. No había entonces palabras para todo esto. Han tenido que buscarse. Así, afinado, tranquilo, varietal o vintage, son solo algunos de los modernos términos con los que se puede definir un vino.

Quién iba a decirles a nuestros antecesores que en algún momento existirían técnicas y procedimientos que podrían mejorar las propiedades por las que un vino puede ser percibido por los sentidos; que existirían técnicas de control destinadas a trabajar sobre su proceso de oxidación o que se le terminaría adjudicando el nombre de vino tranquilo a aquel que apenas tiene burbuja.

¿Habría sido posible otorgarle al vino esas propiedades de siglos atrás si alguien de aquel entonces hubiese sugerido que un vino sin burbuja es un vino tranquilo? El vino y, con él el lenguaje, se adaptan uno a otro. Están a merced del momento en que vivimos, sometidos a los vaivenes de los tiempos y a los antojos de la evolución. Sea como sea, seguimos sin poder encontrar el minuto exacto en que la lengua vio nacer a una palabra tan importante como esta: vino.