En estas fechas cargadas de multitud de eventos sociales, habitualmente compartidos alrededor de una mesa, no hay que olvidarse de aquellas personas con intolerancias alimentarias y que no pueden comer los mismos menús que el resto de comensales.

Cada vez, la sociedad está más alerta a estas intolerancias y es más sencillo encontrar en supermercados, tiendas especializadas y restaurantes platos aptos para alérgicos a productos como el gluten o los frutos secos.

Mientras que el sector cervecero en seguida detectó la necesidad de elaborar productos adecuados para alérgicos al trigo, sobre todo con el boom de las cervezas artesanas, en el mundo del vino parece que esta tendencia aún no se ha instaurado. ¿O si?

Ley Europea sobre alérgenos

El 30 de junio de 2012 entró en vigor el reglamento de la Unión Europea 579/2012 sobre el etiquetado de alérgenos en el vino mediante el cual se obliga a que todos los productores de los países miembros indiquen en las botellas el contenido de sulfitos, de la leche (caseína) y el huevo.

Los tres compuestos, ingeridos en gran cantidad, pueden dar problemas de alergias a personas especialmente sensibles. Desde entonces, es posible comprobar en las contra-etiquetas de los vinos la frase ‘contiene sulfitos’, que además debe aparecer en uno o varios idiomas según el país en el que se comercialice.

De la misma manera, si el vino se ha clarificado con caseína (un derivado de la leche) o con clara de huevo, las etiquetan deberán indicarlo con unos iconos especialmente diseñados a tal efecto o con un texto concreto.

La Ley no contempla que se deba indicar la cantidad exacta de dichos compuestos, por lo que, a pesar de su presencia, pueden no causar reacciones alérgicas siempre, depende en gran parte de la sensibilidad del consumidor y de la cantidad de vino ingerida.

Los sulfitos del vino

El sulfuroso o dióxido de azufre (SO2) es un elemento muy empleado en enología desde hace décadas. Se trata de un efectivo conservante, anti-oxidante y anti-microbiano que ni mucho menos se emplea únicamente en la elaboración del vino, sino en la mayoría de la industria alimentaria.

¿Alguna vez os habéis fijado en las menciones E222 (bisulfito sódico) o E228 (bisulfito de potasio) en algunos productos? Es otra forma de empleo de los sulfitos, presente en infinidad de alimentos.

De hecho, durante el proceso de fermentación alcohólica del vino, las levaduras producen naturalmente anhídrido sulfuroso en mayor o menor cantidad, dependiendo del tipo de cepa implantada, por lo que siempre habrá presencia de sulfitos en el vino, aunque sea mínima. Por eso, en el caso de los vinos “naturales” elaborados sin adición de sulfuroso, sería más conveniente incluir la frase ‘no contiene sulfitos añadidos’ en lugar de indicar ‘sin sulfitos’.

La Ley Española contempla, además, la cantidad máxima de sulfitos que debe tener el vino: inferior a 150 mg/l en vinos tintos y menor de 200 mg/l en vinos blancos y rosados. En el caso de tratarse de vinos ecológicos, como Comenge Crianza 2015, estas cantidades bajan a 100 mg/l como máximo en tintos y 150 mg/l en blancos. Sin embargo, es obligatorio indicar ‘contiene sulfitos’ siempre que su contenido en el vino supere los 10mg/l.

Es vital tener en cuenta la presencia de alérgenos en todo lo que tomamos y el vino no es una excepción. Sin embargo, la cantidad existente en el mismo no sólo depende y se puede controlar mediante prácticas enológicas, sino también desde el campo. En Bodegas Comenge realizamos una viticultura ecológica con la finalidad de elaborar vinos de calidad y que sienten bien al organismo.