En sectores como el del vino, es necesario, a veces, recurrir a lo subjetivo e incluso a lo metafórico para poder transmitir un concepto extenso, completo; todo un conjunto de características que lo definen. Que el vino sea olor, sabor, textura, color y sonido, obliga a recurrir a términos más visuales cuya imagen consigue inmediatamente, comunicar ese amplio significado del que hablábamos al principio.

Redondo, recto, con aristas, equilibrado. ¿A qué hacen referencia algunas de estas formas cuando hablamos de vino? Como en otras disciplinas, ponerle forma a las cosas nos las acerca, nos abre puertas y consigue que las entendamos mejor; nos sitúa en una perspectiva diferente desde la que nos es más fácil comprenderlas y disfrutarlas. Esto ocurre también con el vino.

Las formas del vino

Hablar de la forma del vino, de su esqueleto, no hace más que describirnos su composición, sus cualidades y, por lo tanto, su sabor.

Así, un vino redondo es aquel cuyo gusto y aroma armonizan perfectamente. Hablamos de un vino sin defectos y de un vino de calidad. Sin embargo, como en todo, el exceso no es bueno. Lo mejor es a veces enemigo de lo bueno, y un vino en exceso redondo, puede terminar estando mal proporcionado. En definitiva, un vino redondo no es más que un vino equilibrado y sin carencias.

Lo contrario sería un vino con aristas, es decir, aquél que posee asperezas, lo contrario a la ‘suavidad’ que proporcionan las formas redondeadas y afinadas.

El vino delgado es aquel al que le falta cuerpo, el que por su poca consistencia apenas despierta las papilas gustativas, y el opaco, el que por ser demasiado turbio y poseer un exceso de colorante no deja pasar la luz.

Muchos son los adjetivos que, en principio, cuesta asociar a un producto como el vino bien por tratarse de conceptos subjetivos, bien por todo lo contrario; por aludir a formas puramente geométricas. Así es el vino. Quebrado, redondo, delgado, velado, viejo, joven o noble; recio y con cuerpo, débil y de carácter poco pronunciado. Pálido o manchado, fino, generoso o elegante. Cualquiera de estos términos bien podrían emplearse para definir la personalidad de alguien. Y es que al vino le pasa lo mismo, su personalidad es la que lo define y la que generalmente, termina siendo la razón de que lo elijamos para acompañarnos en momentos memorables, en esos momentos que pueden ser tan justos, abiertos, golosos y redondos como el propio vino.