“Para gustos, los colores”. Ya lo decía el refrán. Y es que, en la materia que nos ocupa, el color vino tiene mucho que decir, entre otras razones, porque como en otros productos, no solo el olor, sino el color es de esas características que va a ayudarnos a conocer en profundidad un determinado vino y que nos dirá desde el primer momento, si podría llegar a estar o no, entre nuestros predilectos.

“El vino por el color, el pan por el olor y todo, por el sabor”. Pero, cuántas veces no habremos empleado los términos color vino, para describir la tonalidad de algún objeto. A partir de ahora, cuando escuchemos que algo es color vino, estaremos con toda seguridad, en disposición de preguntarnos de qué tipo de vino estamos hablando, porque además del habitual granate, existe toda una gama variada y distinta.

A partir de ahora, la vista puede ser nuestro primer aliado; la primera que solo a través del color nos hace capaces de diferenciar la variedad de la uva, la edad del vino e incluso el movimiento y cuerpo con que éste reposa en la copa. El resto de los sentidos vendrán después a confirmar toda esta información. Olfato y gusto serán los encargados de corroborar los primeros datos proporcionados y enviados a través del sentido de la vista.

El color vino depende del vino

Así, al hablar de color vino, podremos referirnos a aquellos cuyo tono violáceo nos habla de tintos jóvenes o aquellos otros a los que el color granate les otorga, generalmente, una edad no superior a los tres años. Mientras el habitual color vino rojo, intenso, brillante y con cuerpo, es habitual en los vinos de crianza con una edad entre 4 y 10 años, característico por ejemplo de los vinos de la Ribera del Duero. En culmen de su evolución hace presencia el color caoba, que nos informa de su larga crianza, proceso que bien podría terminar en aquellos color teja, cuya tonalidad es sinónimo de excesivo envejecimiento, en los que la intensidad y opacidad empieza ya a difuminarse.

¿Y los vinos blancos? ¿Qué pasa con ellos? El color vino puede igualmente hacer referencia al tono pajizo tan característico de vinos blancos jóvenes y frescos; a un brillante dorado, típico de vinos dulces o de aquellos en los que ha disminuido considerablemente el nivel de frescor y muestran signos de oxidación.

La variedad de tonos no termina aquí. Los matices siguen y, lo hacen, para continuar con el color oro cobrizo. Vinos blancos secos criados en barrica y que al final de su trayectoria viran hacia los tonos ocres, apenas brillante, que no habla sino de una larga crianza.

¿Color vino? Maticemos.