En los anteriores posts de Bodegas Comenge hemos desgranados los múltiples factores que afectan a la producción de uva y la elaboración de los vinos, muchos de ellos englobados en lo que llamamos terroir.

El clima de una determinada área vinícola, el tipo de suelo, las condiciones meteorológicas de cada añada, el tipo de uva, el marco de plantación, la orientación de las parcelas, la altitud, la geografía del terreno, los trabajos que el ser humano realiza en la viña, las prácticas culturales tradicionales…, todos esos factores afectan, de una manera u otra, al tipo de vino que se elabora en cada zona.

Sin embargo, existen algunos ‘accidentes geográficos’ o comportamientos de la climatología que inciden de manera determinante en el desarrollo de las cepas y las uvas. Un ejemplo cercano serían los vientos de levante y de poniente del sur de España, en parte responsables de que los vinos de Jerez desarrollen el velo de flor y lo mantengan durante meses o años.

Si miramos fuera de nuestras fronteras, en ocasiones sorprende cómo es posible que en zonas de mucha altitud o demasiado frías las uvas maduren correctamente; o que en áreas aparentemente excesivamente cálidas las uvas no se pasifiquen y los enólogos consigan elaborar vinos tan frescos.

Las corrientes oceánicas

Las masas de agua se mueven y lo hacen con diversas temperaturas del agua, lo cual incide en el ciclo vegetativo que de las cepas que están cercanas a la costa. En Burdeos, por ejemplo, la corriente del Golfo crea un clima marítimo templado. Este hecho, junto la protección de los bosques de Las Landas y las dunas de la costa, ayudan a que las uvas alcancen su grado de maduración.

Los valles y las pendientes

En algunas zonas los valles en los que están plantadas las cepas, las resguardan contra vientos fuertes que, de otro modo, acabarían generando corrimientos en el momento de la floración.

Los fondos de los valles, normalmente, son zonas más llanas y fértiles especialmente aptas para obtener rendimientos altos, mientras que las pendientes con una correcta orientación son beneficiosas para captar mejor la luz del sol.

Los ríos

Ya hemos comentado con anterioridad la importancia del río Duero en Castilla y León, así como que todas las grandes zonas vitivinícolas del mundo están cerca de los ríos. Sin embargo, su incidencia va mucho más allá en algunos lugares del mundo, como es el caso de la región de Mosela (en Alemania) o en el Valle del Loira (Francia), donde la luz refleja en las plantas ubicadas en las pendientes que dan al río, mejorando sensiblemente las condiciones de maduración.

Vientos

La mayoría de las Denominaciones de Origen de Castilla y León se caracterizan por ser zonas bastante ventosas, como es el caso de Rueda. Esto ayuda a evitar problemas de podredumbre durante los días en los que sale el sol después de la lluvia, pues el viento seca rápidamente los racimos, disminuyendo el riesgo de infestación.

En otras zonas del mundo, como el Ródano (Francia) el viento del norte, llamado mistral, es muy fuerte y puede ocasionar grandes daños. Los elaboradores en ocasiones instalan cortinas forestales para proteger las viñas.

Tipos de suelo

Según la composición del suelo donde están plantadas las cepas, el vino final puede tener unas características organolépticas u otras. Normalmente las uvas que crecen sobre suelos de piedra de aluvión o arcilla, suelen ser más estructurados, de tanino más marcado, en contraposición con los suelos calizos en los que los vinos muestras una estructura más amable, como es el caso de gran parte de los suelos vitícolas de la Ribera del Duero.

Un suelo pedregoso también ayuda a la maduración de las uvas en zonas frías, pues los cantos se calientan por el día y lo desprenden por la noche, ayudando en la acumulación de azúcares. O incluso tiene una importancia determinante para aportar la humedad necesaria, como es el caso de los característicos viñedos de la isla de Lanzarote, concretamente en La Geria, donde el picón originado durante las erupciones volcánicas actúa como reservorio de humedad para las plantas gracias a la adsorción de la humedad ambiental y al tiempo dificultando la evaporación del escaso agua procedente de lluvia.