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La vendimia 2017 en España será recordada como una de las más adelantas de la historia, pero también una añada en la que las inclemencias meteorológicas han hecho mella en gran parte de los viñedos, sobre todo en Castilla y León.

A los problemas de sequía, que está siendo acuciante, se han unido las heladas primaverales registradas a finales de abril y primeros de mayo. Debido a las cuales aquellos viñedos en los que la floración venía adelantada el daño fue mucho mayor, mientras que otros ubicados en zonas de mayor altitud o más frías no tuvieron tantos problemas.

El verano tampoco ha estado exento de vicisitudes. La época estival ha estado marcada por las tormentas fuertes aisladas, que en diversas zonas y ocasiones han ido acompañadas de granizo (con piedras del tamaño de una castaña) y por el viento.

Las cosechas son cíclicas y estar a merced del campo conlleva una serie de circunstancias con las que no queda más remedio que convivir; pero es evidente que algo está cambiado. El clima está cambiando.

Los inviernos tienden a ser cada vez menos fríos, los otoños más cálidos, las primaveras más secas y los veranos más calurosos. Otro indicador del Cambio Climático en viticultura es que durante las semanas previas a la vendimia la oscilación térmica entre el día y la noche es menor y las mínimas ya no bajan tanto, algo imprescindible para conseguir acidez en los vinos y fijar color, así como para la elaboración de vinos de guarda.

Viñedos a mayor altitud

Pero, ¿qué podemos hacer frente a estas circunstancias? En algunas zonas como Cataluña se están plantado poco a poco viñas a mayor altitud y hacia orientaciones más frías (norte y oeste), una solución que no se puede aplicar a todo el territorio nacional y cuyos efectos se verán a largo plazo.

Un ejemplo es Andalucía, dónde la superficie de viñedo se encuentra en disminución; así como el despegue de otras zonas como la Sierra de Gredos; o el desarrollo de áreas como Asturias (Cangas del Narcea), donde ya se producen vinos de notable calidad.

En otras áreas vitícolas se está comenzando a abrir el debate sobre la inclusión de nuevas variedades de uva que aporten frescor y acidez a las ya existentes, aunque recordemos que, por otro lado, en la actualidad el sector está haciendo una firme apuesta por la recuperación de variedades autóctonas.

¿Regar o no regar el viñedo?

Aparte de todos estos esfuerzos vitivinícolas, el hándicap de la falta de agua sigue siendo una de las mayores controversias. ¿Regar o no regar? La vid es una planta de secano, que madura y expresa todo su potencial con un cierto estrés hídrico, pero in-extremis es posible que incluso se produzcan paradas vegetativas. La decisión de irrigar no sólo está basada en la falta de agua (tengamos en cuenta que ahora mismo embalses como el de Barrios de Luna, en León, está a menos del 7% de su capacidad), sino que también se basa en las posibilidades económicas de los viticultores.

En este sentido sí que existen mecanismos que ayudan a mantener los recursos hídricos del suelo. Uno de ellos es el llevado a cabo en Bodegas Comenge, donde apostamos por permitir el desarrollo de una cubierta vegetal natural, que además es beneficiosa para incentivar la biodiversidad en el viñedo, importante para la prevención de plagas.

En zonas más áridas, la cubierta vegetal se está sustituyendo por una cobertura del suelo con mulching de paja, que requiere menos agua y mejora la presencia de materia orgánica en el suelo, así como la contención del líquido elemento.

Otras de las medidas que ya estamos aplicando en Bodegas Comenge es el aislamiento de levaduras propias, aquellas que se encuentran en nuestras parcelas, que metabolizan una menor cantidad de alcohol y ofrecen una mejor acidez. Una paso por delante que nos ayudará a combatir años como el que estamos viviendo, un proyecto de investigación del que os hablaremos más adelante.