Decía Rudolf Stenier, el precursor de la filosofía biodinámica, que la cabeza de las plantas está en la raíz. Si hoy pudiese observar cómo se comporta la naturaleza, con las herramientas de las que disponemos, probablemente esta aseveración no sería tan rotunda, sobre todo si se trata de la vid.

Las hojas, el follaje, es igual de importante para el desarrollo de las cepas que su raíz, pues el mecanismo que utiliza la planta para realizar la fotosíntesis, captar nutrientes y distribuirlos hasta los frutos para que los racimos crezcan sanos. Sin embargo, es cierto que la cantidad, calidad y tipicidad de nutrientes de los que dispone el suelo en el que está plantado una cepa, son fundamentales para su correcto desarrollo, para que crezcan fuertes y desarrollen una serie de medios de autodefensa.
En función del tipo de suelo, de la altitud, de las características de la propia variedad o del porta-injertos y la profundidad de las raíces algunas cepas son más propensas a captar una serie de nutrientes u otros. De igual forma que existen composiciones de suelos que presentan una mayor capacidad de retener potasio o fósforo que otros. A todo ello, además, se unen las prácticas culturales llevadas a cabo por el hombre, tales como los momentos precisos de regar, la distancia entre las plantas, los trabajos en verde, la poda, etc..
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A rasgos generales, la vid necesita una serie de minerales, aunque no es grandes cantidades, de ahí que sea una planta perfecta para los terrenos más pobres: Nitrógeno, fósforo, potasio, calcio, magnesio, azufre, hierro, boro, cobre, manganeso y cinc.
El potasio se considera el mineral más importante para las células vegetales. Por un lado, activa el crecimiento de la vid, por lo tanto afecta a su vigor y rendimiento; pero también ayuda a que el follaje realice la fotosíntesis y a la acumulación de azúcar en las uvas. Tiene un valor cuantitativo pero también cualitativo. El potasio ayuda a una mejor eficiencia del reparto del agua y favorece el buen reparto de los nutrientes entre las distintas partes de la planta. Los suelos arcillosos, por ejemplo, no favorecen la absorción de potasio por parte de la planta, sino que lo retienen.
El fósforo es otro de los nutrientes fundamentales para el buen desarrollo del crecimiento de la vid. En este caso no tanto para favorecer o disminuir el vigor, sino porque ayuda a prevenir corrimientos (la no formación de racimos) y enfermedades criptogámicas. Es especialmente positivo para apoyar el crecimiento de las raíces, sobre todo en los primeros años de vida de una cepa, y ayuda a que los brotes sean más fértiles.

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El nitrógeno, por su parte, aumenta el rendimiento de la vid, aunque un aporte excesivo puede provocar una mayor sensibilidad a enfermedades, corrimientos y disminución de la calidad. En caso de ser necesario la fertilización, sin duda apostaremos por un abono orgánico a base de leguminosas, una forma natural de proporcionar nitrógeno.
En definitiva, cuando hablamos de viticultura no podemos dejar de lado al suelo, un suelo vivo, equilibrado, sano… La columna vertebral para obtener uvas y vinos de calidad.