Tanto las uvas de mesa, las uvas pasas como las uvas destinadas a la elaboración de vino proceden de la especie Vitis vinífera. La uva es uno de los primeros cultivos realizados por el hombre para su consumo. Se han encontrado semillas cultivadas durante el período Neolítico en yacimientos arqueológicos de Suiza, Italia y en tumbas faraónicas del antiguo Egipto.

El origen del cultivo de la vid lo sitúan los expertos a orillas del Mar Caspio, extendiéndose hacia el resto de Europa a través del comercio del Mediterráneo. Desde entonces, el interés del hombre por sus frutos no ha dejado de crecer, ya sea para aprovecharlos en la elaboración de vinos o como fruto de mesa.

La distinción entre las variedades de uva de mesa, de pasificación y de elaboración de vino se realiza a través de sus características morfológicas: el tamaño y forma de los racimos y bayas, el grosor del hollejo o el número de pepitas.

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Algunas de las variedades para vinificación ya son de sobra familiares, como el Verdejo, el Tempranillo, Sauvignon Blanc, Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot, Chardonnay, Albariño, Bobal… Quizás las otras dos categorías son menos conocidas. Algunas de las uvas de mesa como la Dattier o Cardinal, así como la Moscatel de Alejandría o el Albillo -típica en nuestra Ribera del Duero-, son variedades que se pueden emplearse igualmente como uvas de vinificación, mesa o pasificación. Las menos conocidas son las variedades de uva destinadas a la pasificación, como la Sultanina, Corinto o Rosaki.

Las uvas de mesa es una fruta carnosa que nace de unos racimos largos, sueltos, formados por bayas redondas u ovaladas. Su piel es más rústica y persistente y puede presentar colores verdosos, amarillentos, púrpuras, rosados o negros. La pulpa es jugosa y dulce.

Las variedades de uvas de mesa se clasifican por el color de los frutos, por la época de maduración y por su capacidad para la comercialización (transporte). Uno de los factores más importantes de cara a la percepción de la calidad por parte del consumidor es su aroma y sabor.

Aunque el sabor depende principalmente de la variedad de uva que se trate, hay otra serie de factores que ayudan a determinar la calidad por parte del consumidor, como la maduración (acumulación de azúcares), el grosor de la piel o el número de pepitas de cada baya.

Pero, ¿sería posible elaborar vino con uva de mesa?  Posible, es; adecuado, no. Debido a todas las características morfológicas de las uvas citadas anteriormente, las uvas para vinificación deben cumplir una serie de ‘requisitos’ para la obtención de vinos de calidad, como puede ser la jugosidad de su hollejo, la finura de la piel o  la capacidad para acumular azúcares y otras sustancias. El tamaño de las uvas de vinificación es muy inferior al tamaño habitual de una uva de mesa, aspecto importante tanto en los aromas del vino como en el color en el caso de los tintos.

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Las uvas de mesa para vinificación se cultivan de forma distinta a las uvas para vinificación. Estas variedades son normalmente mucho más sensibles a las heladas, tanto invernales como de primavera, por lo que sus zonas de cultivo se limitan a climas cálidos, motivo por el que las mayores extensiones de uva de mesas las encontramos a orillas del Mediterráneo.

Sus exigencias de insolación y temperatura son también mayores que las de las variedades para vinificación. Esas exigencias lumínicas explican por qué su cultivo se desarrolla habitualmente en forma de parral, convirtiendo su vegetación en un verdadero panel solar, que incide de manera determinante en la calidad, color y contenido de azúcares de las uvas. Este sistema de formación exige una mayor necesidad hídrica en relación a las uvas para vinificación.

Si el consumo moderado de vino es beneficioso para la salud, de igual forma lo es la ingesta de uvas de mesa. Las uvas son ricas en azúcares y vitaminas, aportan calorías y favorecen la producción de glóbulos blancos y rojos en la sangre,  además del desarrollo de anticuerpos. En la piel de las uvas tintas se encuentran los compuestos fenólicos (responsables del color y sabor de los frutos) y entre ellos una sustancia llamada resveratrol, potente antioxidante que ayuda retrasar el envejecimiento de las células, de ahí su popularización durante los últimos años en cosmética natural.