Si la composición del suelo afecta o no a las características sensoriales del vino final es un extenso debate no falto de polémica.

Como casi todo en el mundo vinícola (y en la vida), no hay una verdad exacta, pues el suelo en el que está plantada una cepa es uno de los muchísimos factores que influyen en el resultado del vino. De hecho, el famoso término ‘terroir’ o ‘terruño’ hace referencia a ese conjunto de características como el tipo de suelo, composición del mismo (cantidad y variedad de nutrientes), prácticas culturales, clima, altitud o levaduras, que inciden en las particularidades de un vino.

La heterogeneidad de la geografía Española ofrece, por suerte, un amplio abanico de suelos: Desde el canto rodado típico de Rueda, pasando por la arena de Toro, los afloramientos calizos de la Ribera del Duero, la licorella de la zona del Priorat o la albariza jerezana hasta llegar al  suelo  granítico de Rías Baixas o al volcánico de los viñedos tinerfeños.

Que un terreno sea arenoso, pizarroso, granítico o arcilloso no es una peculiaridad que por sí sola pueda describir a un vino, aunque es cierto que tiene una importante influencia. En este post hemos querido recoger algunos de los tipos de suelos más comunes en nuestro entorno vinícola y su incidencia en el vino:

Suelos arenosos: Se suele conseguir una maduración más rápida. Los vinos resultan muy aromáticos pero con una carga tánica algo menor  (son menos estructurados en boca).

Suelos arcillosos: Presentan más capacidad para retener nutrientes y agua. Ofrecen vinos elegantes, con estructura, ya que los ciclos de maduración son más largos y se consigue una mayor carga de polifenoles durante la maduración.

Suelos graníticos: Los vinos que proceden de este tipo de suelo presentan aromas minerales, ligeros toques salinos y una buena acidez.

Suelos pizarrosos: Son suelos pobres, con poca materia orgánica, característicos por expresar en los vinos aromas minerales. En el Priorato (Cataluña) llaman ‘llicorella’ a la desintegración de la pizarra en forma de láminas.

Suelos calizos: El resultado son vinos de buen contenido alcohólico,  con baja acidez y de una muy buena calidad. Por contra, el exceso de caliza y un patrón mal escogido puede causar desequilibrios importantes para el correcto desarrollo de la planta.

vinedo

En el caso de los viñedos de Bodegas Comenge, el suelo predominante en todos ellos es de tipo arcillo-calcáreo, con más o menos predominio de la caliza.

En el caso del Pago de las Hontanillas, viñedo situado en Pesquera de Duero a una altitud de 890 metros, el predominio de la caliza es muy alto. Es en este viñedo donde cada año obtenemos las uvas de mayor calidad. Los rendimientos son bastante moderados y muy regulares cada añada, los racimos son pequeños y deslavazados y las uvas menores a lo habitual, pero de una calidad organoléptica excepcional. De aquí procede nuestro vino Don Miguel Comenge.

Estas diferencias en los suelos de cada una de nuestras parcelas enriquecen enormemente nuestros vinos. Cada una de ellas se vendimia y elabora por separado, lo que nos permite obtener una amplia “paleta de colores” con la que dibujar cada uno de nuestros vinos.

Los suelos más frescos del viñedo Los Silos, el Pago de la Magdalena y Carrapiñel conforman la base de nuestro joven Biberius. La fantástica parcela de Los Ismas, de suelo arcilloso con alguna lengua más arenosa, da origen al vino reserva Familia Comenge. La viña de la Cruz de Canto y la parcela de los Almendros, de suelo predominantemente arcilloso-calcáreo, son la base del crianza Comenge.

Como hemos comentado anteriormente, no sólo es necesario tener en cuenta el tipo de suelo – que además normalmente está compuesto por diferentes porcentajes de cada uno de los elementos – sino también múltiples factores, como puede ser el pH o la presencia de ciertos minerales.

Cuando un terreno es algo ácido, los vinos serán delicados, con poca materia colorante, no excesiva estructura, pero elegantes.

Los suelos sueltos y esponjosos  son de más calidad que aquellos compactos o apelmazados, pues frenan el crecimiento y el fortalecimiento de las raíces de la vid.

En cuanto a los minerales, el calcio ayuda a mantener una buena estructura del suelo y favorece la absorción de nutrientes por parte de la planta; el magnesio participa en la composición de la clorofila, influyendo en la cantidad de azúcar que asimila la uva; el potasio favorece la respiración y activa el crecimiento, favoreciendo la acumulación de azúcares en la baya, además de influir en el pH del suelo.

Por su parte, el nitrógeno aumenta el vigor y, por lo tanto, la productividad de una cepa; al igual que el potasio, que además favorece los aromas en el vino, si bien un exceso puede ser perjudicial para la planta y la calidad de la uva.

Para rizar el rizo, la acción de todos estos compuestos puede variar en función de cómo se combinen entre sí. Y ahora, ¿dónde plantarías tu viñedo?….