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Inevitable pensar continuamente en el cambio climático, en el futuro del planeta y en qué será de sus habitantes, sean de la especie que sean. Inevitable plantearse todo esto cuando estamos pasando por un verano de locos en el que las noticias no se cansan de informarnos de desastres naturales y con ellos, de las consecuencias para muchas de las especies afectadas, entre ellas, la vid y con la vid, como no podía ser de otra manera, el vino.

¿Qué pasará con él? ¿Qué pasará con los viñedos, la industria del vino y todas sus asociadas? ¿No han conseguido las diferentes medidas y consensos internacionales frenar en algo este cambio climático que se hace cada día más evidente? Parece que no. Es más, aunque mucho se habló a finales de los años 90 de El protocolo de Kioto, acuerdo internacional que no entró en vigor hasta el año 2005 y que nació con el objetivo de reducir la emisión de una serie de gases contaminantes causantes del efecto invernadero, ha ido pasando el tiempo y no ha sido hasta ahora cuando se ha vuelto a hablar de su importancia como consecuencia de la llegada al poder de Donald Trump y con él, del inminente abandono de este país del citado acuerdo internacional.

Compromiso para luchar contra el cambio climático

En cualquier caso, el resto de los países parecen mantener el firme compromiso que adquirieron hace años y si hay algo de lo que no cabe duda, es de que el cambio climático se mantiene como la principal amenaza para la conservación del planeta y por supuesto para la viticultura. La vid es una de las especies de plantas más sensibles a los cambios de temperatura. Venimos comprobándolo desde hace años. En nuestro país las fechas de la vendimia se desplazan en el calendario como consecuencia del aumento de la temperatura, lo que ha obligado a los viticultores a modificar el cultivo de los viñedos para poder retrasar la maduración de una uva que después, dará lugar al vino que consumimos y que exportamos.

Pero las consecuencias del calentamiento global apuntan alto. No han terminado. Son ya muchos los expertos que han dado la voz de alarma y que han avisado de las terribles consecuencias que el más que posible aumento de cuatro grados de las temperaturas pueden suponer para viñedos e industria vinícola en general. Este problema debería ser combatido por todos aunque algunos se empeñen en ignorarlo y, aunque las medidas se nos hacen siempre insuficientes, el hecho de que España se haya comprometido a reducir sus emisiones en un 10% con respecto a las emitidas en 2005, podría ser  síntoma de que está dispuesta a cuidar del planeta Tierra; de un planeta que todavía es capaz de proporcionarle uno de los mejores vinos del mundo.

De momento, los agentes más realistas de la industria del vino, hablan ya de la necesidad de cambios y de adaptación. La temperatura obligará a los viñedos a desplazarse más hacia el Norte, hacia temperaturas más frescas y con este desplazamiento, muy pronto oiremos hablar también de cambios en las denominaciones de origen del vino. Se avecinan cambios, muchos de ellos ya han llegado, pero ¿seremos capaces de conservar lo que nos queda y no de arrasar con el planeta, el vino, el Protocolo de Kioto, las especies animales y vegetales, antes de que sea demasiado tarde?