Enoturismo, más o menos todos sabemos a qué tipo de turismo nos referimos cuando empleamos este término; más o menos todos sabemos que es un turismo relacionado con el vino y con su industria y, más o menos, son muchos los que lo asocian con un turismo dirigido a conocedores y expertos en la materia. ¿Es así? ¿Puede un mero aficionado o alguien capaz simplemente, de disfrutar del vino sin tener una profunda cultura sobre este tipo de ocio? La respuesta a esta pregunta es rotunda: ¡sí!

Si por algo se caracteriza el turismo del vino o enológico es por estar al alcance de todos. Es un mundo por descubrir al que acercarse sin, ni siquiera, tener que sentir pasión por el vino. Eso, con total seguridad, viene después. Aunque es cierto que en el enoturismo el vino es el principal reclamo, el ocio y las actividades que lo caracterizan son muchas y variadas. La toma de contacto con las bodegas, con las viñas, con los diferentes procesos de elaboración de cada tipo de vino, son parte indispensable, obligada. Sin embargo, a todas y a cada una de ellas le acompañan culturas milenarias, gastronomía típica, paisajes inolvidables y gentes que, como la región en la que habitan, hacen historia.

Cuando hacer enoturismo

El enoturismo no tiene una época del año preferida, cada estación tiene algo que ofrecer a los que deciden acercarse a este mundo, sean expertos o no; lo único que se necesita es una cierta inquietud y avidez por descubrir cosas nuevas.

El enoturismo está hecho para gente tranquila y gente activa dispuesta a disfrutar de esas pausas tan características que se instalan con frecuencia en bodegas y viñedos sin las que sería imposible el cultivo de la vid y la elaboración del vino. Huye de prisas y permite disfrutar de un presente en el que el descanso es sinónimo, sin embargo, de continuo aprendizaje y de baños de cultura constantes.

Solo o a través de visitas guiadas, el viajero más curioso tiene, gracias a la industria que se ha generado alrededor del vino, la posibilidad de combinar catas y gastronomía típica, además de una oferta cultural compuesta de museos, conciertos, exposiciones o simplemente, paseos por entornos privilegiados.

El hecho de que el vino forme parte de nuestra cultura más ancestral y de que con él, se hayan instalado a lo largo y ancho de nuestras fronteras tantísimas bodegas, permite a todo aquel interesado compartir con los más diversos anfitriones las aventuras más curiosas. Pero el vino, no por ser ancestral, ha dejado de modernizarse y renovar su oferta de productos y servicios. Con el tiempo, forman parte de esta industria otras tan novedosas como las que han conseguido aplicar el vino a tratamientos terapéuticos de los más variados.

Expertos, neófitos e incluso escépticos componen el variado público al que cada año atraen cientos de actividades enoturísticas y enológicas. Es solo una cuestión de interés y del deseo de dar con aquello que, por fin, responde esas necesidades tan lícitas que tiene cualquier ser humano y que no consisten más que en encontrar en una sola oferta, descanso, cultura y disfrute.