En artículos anteriores hablábamos del cambio climático, de algunas de las medidas que están empezando a tomarse para poder continuar con el cultivo de la vid, para que ésta sobreviva y con ella, la industria del vino. Hablábamos también de proyectos importantes de investigación destinados a asesorar a los viticultores y de la importancia de la tecnología en el desarrollo y cuidado de la industria que nos ocupa.

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De la misma forma comentábamos cómo España se verá afectada, en especial algunas regiones que, por su ubicación, sufrirán especialmente el aumento de la temperatura y la falta de lluvias. Pero, ¿qué pasa en otros países en los que la industria del vino también goza de especial importancia? ¿Qué consecuencias está teniendo ya el cambio climático en países como Australia? Desde hace tiempo es bien sabido que este país sufre con especial intensidad las consecuencias de muchos desastres naturales que tienen su origen en el fenómeno climático.

Entre los desastres naturales que arruinan cosechas y que tienen en vilo a la industria del vino australiana están las fuertes lluvias y los incendios forestales. Todos ellos han conseguido reducir las cosechas, el volumen de sus exportaciones y  por lo tanto, el volumen de ingresos económicos.

El clima extremo por el que pasa el que es el cuarto país del mundo exportador de vino y lo impredecible de su evolución, parece estar jugando con el futuro de la industria australiana del vino, hasta el punto de poner en riesgo su futuro.

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Por un lado, al Norte de Sydney, una de las mayores regiones productoras de vino del país, acusa el exceso de lluvias y el incremento del riesgo de enfermedad de sus vides; por otro, y en el extremo opuesto, en la región más occidental de Australia, los incendios forestales han arrasado viñedos y en el mejor de los casos, han dejado cosechas de cuyo vino se desprende un cierto sabor a ceniza como consecuencia del paso de las llamas por aquel lugar.

Al parecer, el panorama australiano de la industria del vino se presenta poco alentador. Una situación como la descrita ha despertado y movido a viticultores del país. Allí también hay quien, ante semejantes perspectivas, ha decidido trasladar su producción, por ejemplo, a la isla de Tasmania. Según la revista especializada en la publicación de diferentes proyectos multidisciplinares de investigación, Proceedings of the National Academy of Sciences, en 2050, cerca de un 73% del suelo dedicado al cultivo de la vid, podría dejar de destinarse a este fin.

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Las tradicionales regiones viticultoras de Barossa, Hunter Valley y Margaret River, viven un incremento de las temperaturas que no solo han obligado a sus propietarios a trasladarse a la isla de Tasmania, sino que su preocupación por el más que inminente calentamiento global, les ha empujado a invertir en la investigación de proyectos destinados a simular las condiciones climáticas en las que se encontrarán en unos 40 años; cualquier esfuerzo es poco por salvar a una industria del vino que mueve al año unos 4.000 millones de euros.