La primavera llega al viñedo como un susurro primero, casi imperceptible, y después como una sinfonía de vida que estalla entre los surcos. En Bodegas Comenge, cada año esperamos este momento con una mezcla de emoción y respeto. Porque cuando la vid despierta, lo hace con una fuerza silenciosa que lo cambia todo.

El ciclo comienza: brotación y primeras señales

A finales de marzo o principios de abril, dependiendo del año, el viñedo empieza a dar señales de que algo está cambiando. El suelo, que ha estado descansando durante el invierno, comienza a calentarse con la ayuda del sol primaveral. La savia vuelve a circular por las cepas, como si un latido interno las empujara de nuevo hacia la vida.
La primera señal visible es la brotación: pequeños brotes verdes emergen de la madera vieja, tímidos al principio, y después con una energía imparable. Es un momento emocionante para cualquier viticultor, pero también muy delicado. Una helada tardía puede echar por tierra semanas de trabajo y afectar seriamente la cosecha. Por eso, en Comenge, durante esta etapa observamos el cielo con la misma atención que el suelo.

Equilibrio natural en cada paso

En nuestros viñedos ecológicos, ubicados entre los 780 y los 900 metros de altitud, la primavera es una explosión de biodiversidad. Las cubiertas vegetales que protegieron el suelo durante el invierno ahora florecen, llenas de color y vida. Estas plantas no están ahí por casualidad: ayudan a mantener el equilibrio del ecosistema, a controlar la erosión y a favorecer la presencia de insectos beneficiosos.
Con la llegada del buen tiempo también empezamos la poda en verde, una labor esencial que consiste en seleccionar los brotes que la planta va a mantener y eliminar los innecesarios. Esta tarea, realizada a mano, permite equilibrar el crecimiento vegetativo con la producción de uva. Menos racimos, más calidad. En altura, la vid naturalmente produce menos, y nosotros simplemente acompañamos ese proceso.

Un paisaje vivo, un viñedo en movimiento

Pasear por el viñedo en primavera es una experiencia difícil de describir con palabras. El aire es fresco, las laderas se llenan de flores silvestres, y las cepas muestran su perfil más vulnerable y al mismo tiempo más valiente. Cada parcela tiene su ritmo. Algunas se despiertan antes, otras con más calma. Depende de la orientación, del tipo de suelo, de la altitud. Y ahí está la magia: no hay dos viñedos iguales, ni dos primaveras que se vivan de la misma manera.
El trabajo en esta época es intenso, pero también profundamente satisfactorio. Todo lo que se hace ahora tendrá una repercusión directa en la calidad del vino que vendrá. Pero más allá de lo técnico, hay una dimensión emocional que siempre está presente. En primavera sentimos que el viñedo nos habla, que nos invita a estar presentes, a observar, a aprender de su ritmo.

La promesa del vino que vendrá

La primavera es, en muchos sentidos, una promesa. Aún estamos lejos de la vendimia, pero aquí se empiezan a jugar muchas de las cartas de la añada. Cada brote es una posibilidad. Cada decisión que tomamos en el campo, una forma de interpretar el paisaje y de respetar lo que la naturaleza nos ofrece.
En Bodegas Comenge entendemos este despertar como algo más que un fenómeno biológico: es un recordatorio de por qué hacemos lo que hacemos. Cada primavera nos devuelve al origen, al viñedo, a ese instante en el que la vid decide volver a empezar. Y con ella, nosotros también.
Brindar con un vino Comenge es brindar por este momento, por esta renovación silenciosa que ocurre año tras año en lo alto de la Ribera del Duero. Y aunque el vino llegará muchos meses después, todo comienza ahora, cuando la vida vuelve a brotar entre las cepas.