Cuando es tanto lo que disfrutamos de ese momento del aperitivo en casa con amigos, de una visita o de una sorpresa inesperada, decidimos celebrarlo con una botella de vino, nuestra preferida o la que mejor acompañe el momento y, la abrimos, lo servimos, dejamos pasar el tiempo y, de repente, la botella se ha terminado. Justo entonces pensamos en lo estupendo que sería haber sacado una botella mayor, con más capacidad, más vino del nuestro con el que seguir amenizando la velada.

Sin embargo, y como bien sabemos, lo más habitual es comprar, tener en casa botellas de 750ml. ¿Por qué? ¿A qué se debe que este formato sea el preferido? Que se trata de un formato cómodo, manejable, fácil de transportar y de almacenar, está claro, pero existen también otras razones por las que la botella de 750ml se ha instalado en nuestras bodegas, cocinas, botelleros y rincones de nuestras casas.

No hay que remontarse muchos años atrás para descubrir el momento en el que la botella de 750ml se quedó con nosotros definitivamente. Durante los años 70 llegó una legislación destinada a regular las características de los envases. El vino necesitaba unas medidas específicas y unas normas al respecto. Otros países como los Estados Unidos se basaron años más tarde, a finales de la mencionada década, en la legislación europea. De esta forma establecieron y legislaron las características que deberían cumplir sus envases de líquidos.

Sin embargo, y a pesar de que la regulación de los envases es algo que puede parecernos obvio y necesario, más aún si se trata de bebidas alcohólicas, existió también en su día un trasfondo económico. Durante la primera mitad del siglo XX, en los años 30, Estados Unidos vio en la regulación de los envases de bebidas alcohólicas, una forma de recaudación de impuestos muy interesante. No cabe duda de que con ella no solo se protegería a los consumidores, sino que además sería otra interesante fuente de ingresos para el Estado.

Lo cierto es que el vino lleva miles de años entre nosotros y siempre, de una u otra forma, habría de transportarse para poder consumirse. El vidrio es uno de esos materiales de consumo tan habitual que resulta difícil imaginar cómo pudo ser la vida sin su existencia. Cualquier otro envase desde el que servir nuestro vino favorito, se nos hace ahora incómodo, complicado. Sin embargo, la arcilla cumplió durante siglos el papel que ahora, en materia de vino, le atribuimos al vidrio. ¿Quién no ha oído hablar de las ánforas de arcilla empleadas tanto para el transporte como para el almacenamiento de productos variados?

Mucho ha llovido desde las ánforas de arcilla, hasta la llegada de nuestra botella de 750 ml y de otros formatos mayores que, óptimos para la conservación del vino son, sin embargo, menos cómodos, más difíciles de transportar y de consumir por la cantidad que contienen.

Cuando empieza a usarse el cristal en las botellas

A las ánforas de vino le siguieron los barriles de madera y a éstos, envases y recipientes de cristal. Los romanos fueron los encargados de explorar sus posibilidades, utilizarlos y, finalmente, explotarlos. Así, hasta hoy, el siglo XXI, un siglo en el que el formato Mágnum o botella de 1,5l es otro de los más adquiridos no solamente por las condiciones óptimas en las que se conserva el vino, sino porque como en Comenge, las bodegas embotellan botellas Magnum de sus mejores vinos.

Muchas son los formatos de botellas, sus diseños, el color de su cristal, toda una industria del marketing que intenta revolucionar, modernizar y deslumbrar con envases, en ocasiones, más que originales, pero al vino, ese que nos acompaña en una copita cada día a muchos de nosotros, nos complace verlo en una botella de 750ml. Será quizás el peso de los años, ese que en su día, siglos atrás, empezó como algo práctico con la llegada de un tamaño que surgió de la técnica del soplado de vidrio y con ella, de la capacidad pulmonar de quienes la practicaban. Se dice también que el tamaño de 750 ml surgió por contener una cantidad apropiada y comedida.

Sea como sea, es evidente que el formato de una botella de 750ml es óptimo para conservar en buenas condiciones un vino que no tardaremos en consumir, que su transporte es cómodo, que su peso no es un impedimento y, por supuesto, el material del que está hecho, apunta a que es y será difícilmente reemplazable.