La percepción olfativa y gustativa de un vino puede variar considerablemente. Los especialistas en el mundo del vino, puede que seamos un poco pesados con este asunto, pero no cabe duda de que los grados influyen mucho.
Existen muchos aspectos que determinan la mejor temperatura para servir un vino, y no sólo nos referimos a la forma en la que están elaborados, si no a las condiciones ambientales, la comida con la que lo estamos acompañando, etc.
Evidentemente, no es igual tomar un vino en verano que en invierno. Tampoco lo es disfrutar de una copa de vino a lado del mar, con la brisa.. que tomarlo en un sitio con gélidas temperaturas. Nada tiene que ver el tomar un vino para acompañar un guiso de cuchara caliente, a maridarlo con una ensalada o con marisco. Las percepciones gustativas igualmente serán distintas y por ello es necesario tener en cuenta todos los condicionantes.
En España hay una costumbre muy extendida de tomar los vinos blancos recién sacados de la nevera. En ese caso, la temperatura del líquido ronda los 5 o 6ºC y si lo probamos directamente, seguramente apenas podamos percibir algún aroma o sabor, las papilas gustativas se adormecen.
Por encima de los 21ºC grados, la sensación alcohólica se hace mucho más patente. Esto es debido a que el vino está compuesto por una serie de sustancias volátiles que precisamente se hacen volátiles, es decir, se ‘expresan’ a distintas temperaturas.
El adecuado servicio de un vino logra engrandecer sus cualidades o, por el contrario, dejarlo completamente plano. Por ello es importante seguir una serie de consejos y, sobre todo, leer las recomendaciones que el propio productor suele indicar en la contra-etiqueta.
Vinos blancos
Si son jóvenes o con un corto periodo de estancia sobre lías, lo ideal es tomarlos entre 7 y 9 grados. Pero si ya han tenido un tiempo más prolongado de crianza sobre lías, mejor que sean 9 o 10. Si el vino es un blanco de guarda, entonces se aconseja subir la temperatura hasta los 12 o incluso 13 si es un vino muy viejo.
Una alta temperatura, como hemos comentado antes, restaría sensación de acidez pero aumentaría considerablemente la percepción alcohólica. En el caso de los vinos blancos dulces, cuanto caliente, más se notará la sensación de dulzor y, por el tanto, el vino parecerá más empalagoso. Así que en este caso es importante conocer la cantidad de azúcar y los grados alcohólicos.
Vinos tintos
Este caso es algo más complejo, pero en general los vinos jóvenes (sin absolutamente nada de barrica), pueden tomarse más bien frescos, entre 12 y 13 grados. Para los vinos tintos de crianza media, lo idóneo son entre 13 y 14 grados. Para los vinos más complejos, entre 15 y 16; mientras que los vinos viejos, de largas crianzas, unos 17 o 18.
Para determinar la temperatura de servicio perfecta, es importante que el vino esté equilibrado entre el alcohol, la acidez y los taninos. En función de dicha temperatura de servicio, sin embargo, es posible matizar o destacar algunos de esos parámetros.
Vinos rosados
Podemos seguir la misma regla que para los blancos, aunque también depende mucho del tipo de rosado que sea. Si tiene mejor extracción (piel de cebolla), es mejor seguir la norma de los blancos. Si es un blanco más oscuro, es recomendable fijarse en los tintos.
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