El vino y su cultivo en Europa tienen una herencia fundamentalmente romana. Sus técnicas llegaron a casi todo el Imperio, así como su comercialización, la cual se vio reflejada en los diferentes tratados latinos sobre agronomía. Además del impulso y la herencia de la población civil romana, en la época medieval el vino tuvo un importante desarrollo gracias a la adopción del Cristianismo como religión oficial, en el siglo IV.
Esto tuvo como consecuencia dos hechos principales que son fundamentales para entender la historia de la cultura del vino. Por un lado, la sacralización del vino en la liturgia religiosa, como ya lo fuera en las celebraciones paganas anteriormente. Y por otro, el comienzo de un papel activo por parte de los eclesiásticos en la conservación y difusión del cultivo de la vid, que se vio notablemente reforzada en Europa central, donde los antiguos bárbaros fueron reeducados por los monjes y abades en el arte de la viticultura. Las órdenes que tomaron mayor protagonismo fueron la de San Benito, Cluny, y Císter.
En España el panorama vitícola difería un poco respecto al resto de Europa debido a la presencia de musulmanes, quienes junto a judíos y cristianos formaban una sociedad compleja. Los musulmanes dominaron gran parte de las zonas vitícolas durante los siglos XII y XIII, e incluso el XV en el Reino de Granada. Los musulmanes que vivían en territorio español hasta su expulsión en 1609 fueron grandes productores y bebedores de vino, y su tradición vitícola tuvo gran importancia y repercusión.
A pesar de esta diferencia, las técnicas de cultivo y producción del vino eran similares en toda Europa. Esto se evidencia en los tratados de los agrónomos medievales, entre los cuales solo varían algunas observaciones relacionadas con la región o país del tratadista. Los más importantes fueron Columela, Alonso de Herrera, Ibn-Al-Awwam, Piero de Crescenzi, y todos coinciden en aspectos como las prácticas de cultivo, los criterios de elección de las tierras, tareas cíclicas de cultivo, poda, vendimia, etc., calendarios agrícolas, e incluso las condiciones que deben tener las bodegas. Debido a los altos niveles de analfabetismo, y con un carácter puramente didáctico y práctico, los trabajos de la vid fueron representados en pintura y escultura, como por ejemplo podemos ver en los frescos de San Isidoro de León, las iluminaciones de los libros de Horas como el del Duque de Berry, y los bajorrelieves de la catedral de Luca y los del monasterio de Ripoll.
El vino fue la bebida más consumida durante la Edad Media. El agua no era de buena calidad y era fuente de infecciones y enfermedades como la peste, que asoló gran parte de la población. La mayor parte del consumo del vino venía de los monasterios y conventos, soldados, obreros, y criados. Por último, estaban los módulos destinados a limosnas para los pobres y peregrinos en las puertas de las instituciones religiosas.
Le eran atribuidas al vino una gran cantidad de propiedades beneficiosas. Era considerado como una buena fuente de calorías que le elevaba al rango de alimento básico, capaz de aumentar la alegría y el buen humor. Su consumo se llevó a fiestas y celebraciones no sólo alegres, sino también a funerales y entierros.
Como hemos comentado anteriormente, el vino tuvo un papel fundamental en la liturgia cristiana que actualmente mantiene. La gran cantidad de clérigos en conventos, monasterios, iglesias, catedrales, etc., tuvo como consecuencia un mayor consumo de vino, que se multiplicaba debido a su utilización en las celebraciones eucarísticas.
Esta importancia del vino llevó a los clérigos a contar con viñas de manera permanente, de modo que, según los historiadores, se plantaban viñedos al mismo tiempo que se construían las catedrales y los monasterios. Es por este motivo que actualmente encontramos cultivos de vino anexos a edificaciones religiosas, y de este modo podemos comprender por qué los abades y las órdenes monásticas en general tuvieron tanto interés en practicar y difundir las diferentes técnicas vitícolas.
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