Resulta muy complicado decir con seguridad cuál es el verdadero origen del cultivo del vino, pero lo que sí sabemos es que el vino era conocido por la mayoría de los pueblos en la Antigüedad.
Probablemente su descubrimiento fuera igual que el de otros muchos hallazgos de la Historia, de manera casual, y fue incorporado a la alimentación, a rituales sociales, y prácticas curativas.
Aunque no hay unanimidad, todo apunta a que la introducción del cultivo del vino en España vino de mano de los fenicios, un pueblo mediterráneo que se asentó en la Península en el siglo XII a.C. y que se dedicaba fundamentalmente al comercio entre Occidente y Oriente. El clima cálido típico del litoral mediterráneo hizo posible la proliferación del cultivo del vino, convirtiéndose éste en uno de los productos más comercializados en el Mediterráneo y el Norte de África. Durante la época de la expansión griega, el vino se expandiría a países como Francia e Italia. Los romanos tomaron el relevo del cultivo del vino introduciendo nuevos métodos para su elaboración, como el cultivo de vides en los árboles, que les permitió mantener un alto nivel de producción que se extendía a todo el imperio. El emperador César sería quién sustituyera las ánforas por el transporte en barricas de madera.
Con la caída del imperio romano y la invasión bárbara posterior, la viticultura en España sufrió un importante parón. Sin embargo, fueron los visigodos los que recuperarían esta práctica, devolviéndole la importancia que tenía años atrás.
A partir del siglo VIII, con la invasión árabe, el cultivo del vino tuvo complicaciones debido a la prohibición coránica de consumir bebidas alcohólicas. Sin embargo, éste se continuó elaborando fundamentalmente por dos motivos: la uva, como fruta, puede ser consumida, así como su zumo y el mosto sin fermentar. Por otro lado, no se prohibía su consumo a los no musulmanes y se permitió a los cristianos continuar con sus viñedos, especialmente en los monasterios. De este modo, el cultivo de la vid no sólo no se obstruyó sino que obtuvo un notable desarrollo.
Durante la Edad Media, la viticultura tomó gran importancia gracias a la Iglesia, que poseía gran cantidad de viñedos. El camino de Santiago fue una de las vías más importantes a través de las cuales se intercambiaban conocimientos, ideas, lenguas, y productos gastronómicos como la uva Albariño, traída por los monjes cistercienses.
Además de ser un producto fundamental en el rito cristiano de la Eucaristía, el vino fue un aspecto importante dentro de la vida monástica. Prácticamente todos los monasterios poseían un viñedo cultivado por los propios monjes. De este modo, podríamos considerarlos como los padres de la viticultura moderna.
Con el tiempo, las viñas de los monasterios irían creciendo hasta alcanzar las cuencas del Duero y el Ebro, y las zonas que comprenden el Camino de Santiago, como la ribera del Duero, Lerma, el Bierzo, y los campos de Castilla. Sería aquí donde comenzaría a desarrollarse una producción vitícola que daría como resultado unos de los mejores vinos de España y del mundo.
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