Es habitual que durante las fiestas navideñas los anfitriones quieran sacar sus mejores galas: ofrecer unos platos exquisitos, unas veces en búsqueda de la originalidad y otras veces tradicionales; acompañados con una selección de vinos, sin olvidar los espumosos, y vestir la mesa más especial que nunca.

No somos profesionales, no tenemos una  vajilla con un montón de piezas pero nos gusta cuidar la presentación. Normalmente se toma un vino blanco, uno tinto, quizás algún dulce y, por supuesto, un espumoso.

Pero, ¿qué tipo de vino usamos para cada uno de ellos? Las grandes superficies ofrecen una multitud de ‘diseños’; copas con el cáliz más grande, más pequeña, más redonda o alargada…

En este post queremos dar algunas claves para la correcta presentación del vino en la copa, pero sin volvernos locos. Para empezar, es necesario explicar que cualquier copa de vino se divide en tres partes: el cáliz (la parte contenedora del vino), el tallo o fuste y el pie, peana o base. Lo idóneo, es agarrar la copa por el tallo por una razón muy simple, no calentar el vino. Tampoco es necesario coger la copa de la base como en ocasiones vemos a algunos expertos catadores, pero agarrar la copa por el cáliz no es lo más adecuado.

Otro asunto a tener en cuenta es la cantidad de vino que se sirve, lo ideal es no llenar la copa más de un tercio de su capacidad, por la misma razón que hemos explicado anteriormente, conservar el vino a una temperatura correcta. Es mejor llenar la copa varias veces.

Foto: Riedel

Foto: Riedel

Respecto a los vinos blancos y tintos, normalmente se habla de tres tipos de copa: Las copas ‘Burdeos’, las copas ‘Borgoña’ y la copas para vino blanco o también llamadas ‘Chardonnay’. Las primeras, están pensadas para para vinos tintos con cierto envejecimiento, la boca acaba casi recta con la intención de que el vino se oxigene más rápidamente. Las copas ‘Borgoña’, por su parte, son más grandes que las ‘Burdeos’, y están orientadas para vinos más jóvenes. Las copas para vinos blancos suelen ser más pequeñas que las anteriores y tienen un tallo más largo, con la finalidad de que, al sostener la copa, la mano esté lo más alejada posible del vino.

En definitiva, para los vinos más viejos se recomienda usar copas el fondo pequeño (siempre redondeado) y la boca ancha; pero para los vinos jóvenes justo lo contrario, el fondo grande y la boca más cerrada para mantener los aromas. Si los términos ‘Burdeos’ o ‘ Borgoña’ crean confusión, una solución es apostar por las copas llamadas ‘Cabernet’ para los tintos, ya que se suelen encontrar de manera muy habitual con ese nombre en las grandes superficies.

Tradicionalmente los vinos espumosos se han servido en las copas tipo ‘flautín’, pues al ser muy largas se puede comprobar cómo es el comportamiento de las burbujas o carbónico. Sin embargo, cada vez más los elaboradores apuestan por dejar de usar éstas copas y apostar por otras algo más grandes, como las del vino blanco.

La copa que sí está en completo desuso es la llamada ‘catavinos’, pues dificulta mucho la expresión de los aromas y el acto de mover el vino para que éstos se desprendan.

En los últimos años, han proliferado decenas de copas de vino, cada una incluso indicada para una variedad de uva. Si quieres saber más sobre los tamaños y anatomías de las copas, no te pierdas la web de Riedel, una de las casas históricas de fabricación, distribución y venta de copas más conocidas del mundo.