viñedo y frio

El mes de enero de este recién estrenado año, será largamente recordado. El clima, las bajas temperaturas, los hechos y acontecimientos más que extraños se han traducido en un ambiente raro, en situaciones inesperadas; las enormes nevadas y las temperaturas bajo cero que han convertido la nieve en hielo han provocado daños colaterales en los que no habíamos pensado y que solo hemos podido resolver, muchas veces, improvisando.

La vida diaria; la rutina, alterada; los hábitos, cambiados por obligación, nos han obligado a que nos formulemos preguntas que no nos habríamos hecho en circunstancias normales. Una de ellas, cómo no, tiene que ver con el vino. ¿Qué pasa con él cuando el clima se convierte en una especie de enemigo? ¿Cómo influye el frío en la uva? ¿Qué pasa con las viñas? ¿Cómo les afecta semejante manto blanco hasta ahora nunca visto?

La uva y su proceso de maduración son determinantes para que después podamos disfrutar de nuestro vino preferido. El clima es agente principal, ineludible, necesario. De alguna forma dependemos de su ‘permiso’ y de su bondad para poder tener lo que tenemos, para poder consumir lo que consumimos y para poder alegrarnos y disfrutar de ese vino nuestro, como hasta ahora venimos haciendo.

Tres días extraordinarios por su rareza y por su excepcionalidad son suficientes para que nos preguntemos si lo que queda aún de año, podremos seguir disfrutando del campo, de las viñas, del vino maravilloso que ellas nos dan.

¿Cómo afecta el frío al viñedo?

Está claro que el clima y la temperatura repercuten en el desarrollo de la planta. Aunque el frío no influye directamente sobre la calidad de la uva, si puede afectar a su rendimiento y con él, a la calidad de la misma. Las viñas pueden soportar temperaturas muy bajas en invierno, pero asociados al frío existen otra serie de fenómenos cuyas consecuencias pueden ser nefastas o no, depende, entre otras razones, de la estación del año en la que lleguen.

Es evidente que, aunque el frío puede afectar a los diferentes estados del viñedo y, que, aunque sepamos que si hay algo capaz de soportar y sobrevivir a bajas temperaturas, son los viñedos, las extraordinarias circunstancias meteorológicas que acabamos de vivir, hacen tambalearse muchos de nuestros conocimientos y obligarnos a tomar medidas tan extraordinarias como el tiempo que soportamos.

En este sentido, es interesante aclarar que las cepas bien adaptadas y bien agostadas soportan heladas en de hasta 10º y 12º grados bajo cero, pero por debajo de ellas, podrían congelarse las yemas u órganos de la planta donde se encuentran los brotes de las primeras hojas y de todos los racimos que pueda contener el futuro pámpano.

Son temibles las heladas tardías, aquellas que llegan en primavera cuando empieza la brotación de finales de abril y primeros de mayo. En esta estación las temperaturas inferiores a 0º pueden terminar con esos primeros brotes, los más fértiles que, a pesar de su capacidad de recuperación no darán la producción esperada. Estas yemas secundarias serán menos productivas. Lo mismo ocurre si las heladas llegan durante el proceso de floración. Las temperaturas bajo cero pueden terminar con los racimos florales.

El agostamiento, allá por octubre y noviembre, es otro de los momentos del año que temen al frío. Empiezan a bajar las temperaturas y los días se hacen más cortos. Todos, como la vid, nos preparamos para este cambio. Ella tiene sus mecanismos para protegerse de las heladas invernales, los pámpanos se hacen más duros y retiene en su tronco, solo, los componentes necesarios para soportar el invierno.

Así, durante el agostamiento, si la temperatura cae por debajo de -2ºC puede necrosar los tallos y hacer que la planta no desarrolle ni acumule las reservas necesarias para defenderse del frío. Las consecuencias se traducirían en una peor brotación al año siguiente, el retraso de este ciclo y el riesgo de que una mala maduración.

Sin embargo, podemos siempre acudir a ese refrán que reza: ‘año de nieves, año de bienes’. Pensemos que el vino continuará en nuestra mesa porque la nieve, además de inspiradora, nostálgica y a veces, temida, también es beneficiosa. Su composición sólida y el manto en el que se convierte cubriendo toda la tierra, va alimentando de forma lenta y homogénea cada una de las vides que destacan sobre ella a lo largo y ancho de los viñedos. Cuando todo va bien, el frío tiene además un efecto fungicida que termina con los insectos y deja las cepas preparadas para la brotación. La nieve y el frío limpian y con ello, nos dejan preparados, listos, a unos y a otros. A unos, listos para crecer y a otros, listos para disfrutar de ese crecimiento y desarrollo cuya última consecuencia se traduce en la botella de vino que, en nuestra mesa, está también lista para ser saboreada.